miércoles, 25 de marzo de 2020

La nostalgia de la ruptura familiar al casarse

Que quede claro que soy felizmente casada. Mi esposo superó mis sueños, y la emoción de despertar a su lado es la mayor de las suertes. Soy muy afortunada de estar a su lado diariamente. Si alguien me preguntara si algún día me gané la lotería en el transcurso de mi vida, o si fui testigo de un milagro divino, definitivamente la respuesta sería afirmativa. Léase mi artículo de cómo encontré al hombre imperfecto para mí.

A veces experimentamos momentos en la vida que nos provocan sentimientos que creemos únicos. Pensamos que hay emociones que surgen en nuestra soledad. Pensamientos que se encuentran encapsulados en nuestra mente, y que nadie más los posee por lo que no acostumbramos compartirlos. Poco a poco me he percatado, al expresarme y observar a mis semejantes, que no debo pensar de manera egoísta que soy la única que tiene la siguiente proyección en mi corazón…

El proceso de casarse es una disonancia cognitiva entre dos emociones: felicidad y tristeza.

Antes de ahondar en esta idea, es muy claro el gran paso al tomar tan importante decisión de fusionar la vida propia con la de alguien más. Casarse es uno de los hitos más drásticos en la vida de una persona (al menos así debería de ser). Implica un antes y un después, y quizá debido a esta linealidad en el tiempo, es por eso que se presenta la discordancia.

Probablemente no debo de desarrollar ampliamente la primera emoción, esta se expresa por sí misma. Es evidente el éxtasis y la alegría que se experimenta al tener certeza de la decisión de amar a una persona y ser correspondido de manera mutua como plan por el resto de sus vidas. 

La segunda emoción es aquella que muy pocas personas se enfrentan abiertamente hacia ella. 

¿Por qué experimenté tristeza al casarme?

Toda mi vida me he considerado una niña que va creciendo. Soy una niña que de repente alcanzó las manijas de las puertas y adquirió la capacidad de abrirlas y cerrarlas por ella misma porque creció en altura.

Soy una niña que de repente pasó a quinto de primaria, y tiempo después a secundaria, preparatoria y en un abrir y cerrar de ojos, estaba terminando la universidad.

Soy una niña que de repente aprendió a maquillarse y se arreglaba como una señorita para salir a ligar y pasarla bien.

Soy una niña que en cierto momento aprendió a balancearse y caminar, y en otro momento aprendió a manejar.

Soy una niña que hace las cosas que los adultos hacen.

Soy una niña que de repente se casó.

Y utilizo la palabra "niña" porque es lo que asocio al círculo familiar inicial en mi vida; mi mamá, mi papá y mi hermano (que es otro niño). Es decir, antes de casarme, siempre fui la niña que aprendía y crecía al desarrollarse poco a poco en todos los ámbitos de su vida. Mi papel era ser niña; la hija y la hermana.


Recuerdo muy bien que el día de mi boda, me encontraba muy sensible y perceptible ante los simbolismos que se representaban en la ceremonia matrimonial. Especialmente cuando abrieron las puertas de la sinagoga y entré caminando con mis padres; mi madre abrazando mi brazo izquierdo y mi padre abrazando mi brazo derecho, caminando juntos en una sola línea horizontal hacia adelante, con fuerza y bondad.

Yo veía directo a mi futuro esposo y experimentaba la primera emoción y todas sus derivadas: felicidad. Él me recibía en la Jupá que representaba nuestro futuro hogar. Él me estaba esperando a mí, me invitaba a ser parte de él. Sentía fuertemente el balance.

Sentía fuertemente el apoyo de mis padres al estar sosteniéndome de ellos (y a la vez, ellos de mí), encaminándonos hacia la misma dirección, el mismo sentido. Pero además de la representación física, también se encontraba muy presente la perspectiva emocional; ambos fijaban una simple mirada bondadosa hacia mí, que reflejaba el recuerdo de toda una vida juntos y un único deseo de ellos: que sea feliz.

Ellos me estaban entregando. Ellos me estaban dejando ir. Ellos me estaban soltando y a la vez eran mi soporte. Ellos hicieron que yo avanzara.

Y de repente, era una niña que estaba despidiéndose de sus padres. En este momento brotó la segunda emoción y todas sus derivadas: tristeza. Volteé hacia ellos y la única palabra que salía de mi garganta era “gracias”. El profundo agradecimiento que trataba de expresar con desesperación era mi único consuelo para tratar de justificar mi abandono hacia ellos.

Volteé a ver a mi hermano y me encontré a un niño, vestido de adulto, llorando descontroladamente compartiendo, al igual que mi madre, mi padre y yo, una pérdida dolorosa.

Todos estábamos experimentando un luto por la ruptura familiar que sólo podía significar avance y continuación sana de los caminos de la vida que a veces tiene tonalidades irónicas. Una mezcolanza de emociones en donde no existe incorrecta. Felicidad y tristeza, juntas homogéneas.

La nostalgia causa dolor porque significa que el tiempo de vivir juntos, de los cuatro integrantes de la familia, había llegado a su fin. La dinámica de una sola familia cambió. Esa familia se separó para ampliarse. Implicando menos tiempo juntos, caminos distintos y una diferente cotidianidad e intimidad conjunta. Por supuesto, todos muy felices avanzando en la vida pero extrañándonos profundamente en secreto.
Escrito por Lyann Jafif Nahmias

1 comentario:

  1. Asi es extrañandonos en secreto, pero que crees que estoy orgullosamente feliz que tengas esta sensacion porque significa que hice la union familiar como lo planeé, y que habrá continuidad de una union tan fuerte como lo harás con tu nueva familia.Siempre estamos presentes en todo lo que hacemos diariamente porque siempre seremos uno.

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